Mi vida es un entero privilegio de amor. Tuve la suerte de nacer en una casa con padres amorosos y religiosos que me enseñaron lo mejor que pudieron con palabra y ejemplo los valores cristianos. Como todo ser humano cometieron sus errores y no siempre fueron coherentes con sus actos. Pero en general son personas que han luchado todos los días por vivir su fe.
Fui a una escuela donde me enseñaron a profundizar y a amar mucho más lo que recibia en casa y cuando fui más grande, cuando por mí debía ya tomar decisiones, me ayudó profundamente todo aquello que aprendí y fui amando y construyendo dentro de mi ser.
El camino por el que fui forjando mi ser y profundizando en el amor a Dios no fue fácil, pero en ese época de mi vida tuve todo a manos llenas y no quise desperdiciar nada. Recuerdo como me sentía en constante presencia de Dios desde que amanecía hasta que me iba a dormir, rezaba las oraciones con gran alegría, asistía regularmente a misa entre semana y reflexionaba constantemente sobre mi actuar. Esa época estuvo llena de retos, pero me sentía fuerte y viva y que con esas fuerzas podría conquistar cualquier cosa.
Desde esa época hasta la actual han pasado ya varios años y el eco de esa vida todavía resuena en las entrañas de mi ser. Sin embargo he tenido que cambiar un poco el giro de mi tiempo y me ha sido imposible continuar con el mismo ritmo espiritual que tuve cuando era una estudiante privilegiada donde mi única preocupación era terminar mis estudios.
Ahora soy esposa, mamá, ama de casa y empresaria en un país donde ejercer todas esas cosas es una dificultad enorme.
Por la cantidad de cosas que tengo que hacer aún no se bien como organizarme y obviamente el tiempo que antes pasaba reflexionando y orando se ha reducido casi a nada. Ofrezco mi día y mis cosas y les hablo a mis hijos de Dios cada vez que puedo pero aún así siento que la fuerza que tenía antes y me venía de la oración, la reflexión, y hasta la lucha de mi corazón despierto y revolucionado ya no está.
Sumando a todo eso ahora mi esposo pasa por una crisis religiosa donde siento que de palabra poco puedo aportar, a veces siento que tengo que dejar que solo encuentre su camino pero no puedo mentir… Siento una profunda tristeza al respecto. Una vez un sacerdote me dijo que mi esposo era ya un adulto y que yo debía compartir mi fe pero respetar su sentir y sin embargo eso no me hacía indiferente porque tenía la oración y el sacrificio de mi lado.
A veces siento que ni de hacer oración tengo tiempo y que las pequeñas cosas que puedo hacer son insuficientes.
Yo siempre he creído y pensado que la fe y la razón van de la mano y que el conocimiento de Dios y de su amor es infinito y profundizar en la fe jamás termina. Y como humanidad va avanzando el pensamiento y por tanto creciendo cada vez más las posibilidades del entendimiento en el amor, pero estoy consiente que es una visión a través de las creencias que tengo y por la cultura de la que soy parte y de la que nací. Tengo que respetar y tratar de comprender la crisis por la que pasa mi esposo y ayudarlo en lo que pueda. Como alguien profundamente religiosa he de decir que es una de las cosas que más trabajo me han costado en la vida, eso y el no saber que repercusión tendrá en la educación y formación de nuestros hijos.
Así es esta vida. Cuando sientes que estás en la cima pronto descubres a lo lejos que hay otras montañas por escalar y que los caminos no parecen tan fáciles como creíste. No me rendiré porque sé que no estoy sola. Sin embargo, como cualquiera, a veces me lleno de duda y temor. Me imagino un poco como Pedro lanzándose a caminar por el agua como el Señor y en eso… Ah caray… No era tan fácil como yo creía… El viento sopla fuerte y el mar esta embravecido.
Hombre de poca fe ¿por qué dudaste?